Y ahí seguimos, con el tozudo empeño de ‘no claudicar’
Gabriela Serra en Guatemala, 1992
Tres décadas ya, desde que un puñado de gentes solidarias, agrupadas en la Coordinadora de Solidaridad con Centroamérica decidiéramos incursionar oficialmente en ámbito de «la cooperación al desarrollo». Y digo, con premeditación, «incursionar oficialmente » porque mucho antes de que las ONGDs irrumpieran en el escenario de la sociedad civil organizada, en tanto que las entidades especializadas en la cooperación al desarrollo ya, un sinfín de comités de solidaridad, venían acompañando a gentes y pueblos del llamado Sur: valientes gentíos alzados, con iniciativa, que ya andaban protestando y reclamando su derecho a una vida digna, pero sobre todo gentes y pueblos empeñados en la consecución de otros derechos más complejos, más transcendentales: el derecho a la libertad, a la justicia, a la soberanía….
Y de ahí que en nuestro breve pero preciso y conciso documento fundacional dijéramos: La necesidad de la solidaridad y la cooperación internacional va más allá de ser un gesto generoso y altruista por parte nuestra: ha de ser y es una obligación. La ética solidaria se convierte en una forma de situarnos ante el mundo con estricta justicia, de reivindicar que todos los derechos que pensamos son buenos para nosotros también los son para los demás, y la cooperación es una forma de retornar al Sur todo aquello que previamente se les ha robado o negado y además acompañarlos en su camino hacia la independencia y la mejora de vida. Y ello depende en buena parte no sólo de la capacidad de actuar a través de nuestras organizaciones, sino también de la capacidad de incidir que tengamos, de presionar efectivamente a las instancias gubernamentales para que establezcan relaciones políticas i acuerdos económicos en la línea de romper el injusto sistema de intercambios desiguales. Eran los tiempos en los que hablamos de Sur y Norte. Poco tiempo después descubriríamos que no hay norte sin sur y que cada sur tiene su norte…. que no hay pueblos pobres sino empobrecidos, que no hay pueblos ricos sino enriquecidos
Por ello y pese a lo que se podría creer nuestros inicios fueron no sólo fáciles y alentadores, sino además llenos de certezas que nos conducían sencillamente a acompañar el camino hacia la libertad que esos pueblos perseguían. Nuestro origen, la Coordinadora de los Comités de Solidaridad con Centroamérica, marcó una opción y un estilo de cooperar. Una opción basada en un fuerte compromiso internacionalista y en una clara opción antiimperialista. También marco la clara vocación centroamericana de Entrepueblos que centró sus esfuerzos en Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Nos propusimos dar voz a quien teniendo aportaciones que hacer tenía limitados sus espacios de divulgación. Intentamos no caer en la ignorancia de creer que sólo desde el «Norte» se elaboraba pensamiento y se aportaban alternativas. Porque fuimos constatando que quienes más padecen la exclusión integral cuentan con capacidad y logran hallar el tiempo para sus propias reflexiones. Por suerte esas gentes no andan dependiendo de las explicaciones, argumentos, análisis y propuestas políticas elaboradas por gentes del cínicamente llamado mundo desarrollado. Y aprendimos de ellas, aprendimos con ellas y nos tocó aprender también por ellas.
Aprendimos que las revoluciones populares ni siempre son victoriosas ni cuando lo son siempre logran mantener la victoria. Nicaragua y el sandinismo oficial nos partió el alma. Como descubrimos que hay acuerdos de paz que perpetuán la guerra entre empobrecidos y enriquecidos. El Salvador y Guatemala pusieron sobre la mesa la tremenda imposibilidad de ganarle el pulso al imperio, pero también evidenciaron el cinismo que envuelve el concepto paz y el concepto acuerdos. No hubo Acuerdos de Paz, sólo un desarme unilateral –las fuerzas armadas populares- y la imposición de una democradura auspiciada por los poderes económicos locales y internacionales.
Se imponía la globalización neoliberal. En menos de cinco años Centroamérica cambio: el sandinismo absolutamente quebrado, El Salvador y Guatemala dolorosamente pacificados. Ahí quedaron años de lucha, de esperanzas, de verdades como puños destruidas y de ilusiones como cielos desplomadas…
Pero también constatamos, algo que debíamos saber solo mirando nuestro propio pasado: que la tozudez del deseo de libertad y la terquedad en pro de la justicia es superior al miedo y a cualquier batería de terrores. Que los derechos de los pueblos ancestrales, los derechos de la tierra y a la tierra, la preservación de la madre tierra, la igualdad de derechos entre hombre y mujer, la opción por otros modelos de desarrollo, el derecho al mantenimiento de la vida, a la dignidad y al futuro…. siguen convocando gentes, siguen manteniendo el aliento para la lucha, siguen materializando la resistencia.
Ampliamos nuestra presencia en Centroamérica abrazando la lucha obstinada de sus pueblos indígenas contra el imperio del poder extractivista, como en Perú, Ecuador, Guatemala… pueblos alzados contra los macro proyectos energéticos en cualquiera de sus versiones, agrícola, mineral, eléctrica… destructores del futuro de sus comunidades, de sus gentes, de su futuro. Los «macro proyectos » hijos predilectos de los diversos y variados acuerdos comerciales de libre comerció entre los poderes neoliberales de los propios países y los amos de la economía mundial.
Y ahí seguimos cooperando, es decir, operando conjuntamente. Ya no solo para desbancar opresiones maquilladas de democracia sino también para desenmascarar a los nuevos agentes de la anticooperación, a los adalides del desarrollo. Para ejercer aquella compañía a la que nos abocaba la solidaridad haciéndonos transitar del indudable valor de la «generosidad de la ayuda» al rotundo termino de «obligatoriedad de la restitución». Pero ni mucho menos en la mera obligatoriedad de la restitución económica –que también- sino en nuestra complicidad para operar conjuntamente en el abordaje de las causas que provocan la pobreza, para cooperar en la lucha contra los instrumentos políticos y económicos de los que se sirve el sistema para imponerla.
En 30 años, ciertamente, han cambiado nombres, se han fusionado maldades, se han perfeccionado instrumentos de dominación… Pero también han surgido nuevos y potentes sujetos de transformación social acá y sobre todo allá: los pueblos indígenas, el campesinado alzado, las gentes disconformes y…. las mujeres!!! Esas defensoras de todos los derechos humanos habidos y por haber. Mujeres protagonistas y protagónicas, mujeres, mujeres, mujeres.
Van 30 años, ojalá no hubiera necesidad de seguir con la cooperación pueblo a pueblo. Las evidencias nos señalan que no estamos en esa tesitura. Así que seguiremos colaborando en este mientras tanto que conformamos todas las gentes que perseguimos un mundo donde igualdad, fraternidad, libertad y… feminismo, imperen por igual por doquier. Nacemos para ser felices, dice Pepe Múgica, orientémonos pues a construir la felicidad mundial.